En lo sagrado, lo obsceno y lo sexual siempre hay una risa salvaje esperando, un breve paso de silenciosa risa, o de desagradable risa de bruja, o un jadeo que es una carcajada, o una risa salvaje y animal, o un gorjeo que es como un recorrido por la escala musical. La risa es la cara oculta de la sexualidad de las mujeres; tiene carácter físico, es elemental, apasionada, revitalizadora y, por consiguiente, excitante. Es una especie de momentánea sexualidad de la alegría, un verdadero amor sensual que vuela libremente, vive, muere y renace por obra de su propia energía. Es sagrado porque es curativo. Es sensual porque despierta el cuerpo y las emociones. Es sexual porque resulta excitante y provoca oleadas de placer. No es unidimensional, pues la risa es algo que una persona comparte consigo misma y con muchas otras personas. Es la sexualidad más salvaje de la mujer.
Vamos echar otro vistazo a los cuentos femeninos y a las diosas obscenas. He aquí un cuento que yo descubrí de niña. Es asombroso la de cosas que pueden oír los niños sin que los mayores se enteren.
Yo tenía unos doce años y estábamos en el lago Big Bass de Michigan. Después de preparar el desayuno y el almuerzo para cuarenta personas, todas mis simpáticas y rollizas parientes, mi madre y mis tías, se tendieron a tomar el sol en unas tumbonas y empezaron a charlar y a reírse entre sí. Los hombres estaban “pescando”, es decir, se habían largado a alguna parte para bromear y contarse sus chistes y sus cuentos. Yo estaba jugando cerca de las mujeres.
De repente, oí unos gritos estridentes. Alarmada, corrí al lugar donde estaban las mujeres. Pero no las vi llorando de dolor sino riéndose. Entre chillidos, una de mis tías repetía cada vez que lograba recuperar el resuello: “… ¡se taparon la cara!… ¡se taparon la cara!”. Aquella misteriosa frase les volvió a provocar renovados accesos de risa.
Gritaban, se atragantaban y no paraban de reírse. Sobre el regazo de una de mis tías vi una revista. Más tarde, mientras las mujeres dormitaban bajo el sol, tiré de la revista de debajo de su mano dormida, me tendí bajo la tumbona y empecé a leer con los ojos enormemente abiertos a causa de] asombro. En la página se relataba una anécdota de la Segunda Guerra Mundial.
Decía más o menos así:
El general Eisenhower tenía que efectuar una visita a sus tropas de Ruanda. [Hubiera podido ser Borneo. Hubiera podido ser el general MacArthur. Los nombres significaban muy poco para mí por aquel entonces.] El gobernador quería que todas las nativas se alineaban al borde de la carretera de tierra y saludaran y vitorearan a Eisenhower cuando éste pasara en su Jeep. El único problema era que las nativas sólo llevaban encima un collar de cuentas y, a veces, un pequeño cinturón de cuero.
No, no, eso no podía ser de ninguna manera. El gobernador mandó llamar al jefe de la tribu y le expuso su apurada situación.
—No se preocupe —le dijo el jefe de la tribu.
Si el gobernador le pudiera proporcionar varias docenas de faldas y blusas, él se encargaría de que las mujeres se las pusieran en ocasión de aquel trascendental acontecimiento. El gobernador y los misioneros de la zona consiguieron proporcionárselas.
Sin embargo, el día del gran desfile, pocos minutos antes del paso de Eisenhower por la carretera a bordo de su Jeep, descubrieron que las nativas se habían puesto las faldas, pero, como las blusas no les gustaban, se las habían dejado en casa, por lo cual todas ellas se apretujaban a ambos lados de la carretera vestidas con las faldas pero con los pechos al aire y sin ninguna otra prenda ni el menor asomo de ropa interior.
Al gobernador por poco le da un ataque de apoplejía al enterarse, Por lo que mandó llamar al jefe de la tribu, el cual le aseguró que la jefa de la tribu había hablado con él y le había asegurado a su vez que las mujeres habían accedido a cubrirse los pechos cuando pasara el general.
—¿Estás seguro? —rugió el gobernador.
—Estoy seguro. Muy, muy seguro —contestó el jefe de la tribu.
Bueno pues, ya no quedaba tiempo para discutir y sólo cabe imaginar la reacción del general Eisenhower cuando su Jeep avanzó traqueteando por la carretera y, una tras otra, las mujeres se fueron levantando graciosamente la parte delantera de la holgada falda para taparse la cara con ella.
Tendida bajo la tumbona, reprimí la risa. Era el cuento más tonto que jamás en mi vida hubiera oído. Era un cuento maravilloso, un cuento emocionante. Pero intuitivamente comprendí que también era algo prohibido, por lo que me lo guardé para mí sola durante muchos años. Y a veces, en momentos de tensión o dificultad, antes de presentarme a los exámenes universitarios, pensaba en las mujeres de Ruanda que se habían cubierto la cara con las faldas y sin duda se debían de haber partido de risa detrás de ellas. Y entonces me reía y me sentía centrada, fuerte y rebosante de sentido práctico.
Éste es sin duda otro de las beneficios de las bromas y de las risas compartidas entre mujeres. Todo se convierte en una medicina para los tiempos difíciles, en un tónico para más tarde. Es una diversión buena, limpia y guarra. ¿Cabe imaginar lo sexual y lo irreverente como algo sagrado? Sí, sobre todo cuando son medicinales y favorecen la integridad y la reparación del corazón. Jung observó que, cuando alguien acudía a su consulta quejándose de algún trastorno sexual, la mayoría de las veces el trastorno era un problema del espíritu y del alma. Y, cuando alguien le hablaba de un problema espiritual, el verdadero problema solía ser de carácter sexual.
En este sentido, la sexualidad se puede considerar una medicina para el espíritu y, por consiguiente, algo sagrado. Cuando la risa sexual es un remedio, se convierte en una risa sagrada. Y cualquier cosa que provoque una risa curativa también es sagrada. Cuando la risa ayuda sin causar daño, cuando una risa ilumina, realinea, reordena y reafirma el poder y la fuerza, es una risa saludable. Cuando la risa hace que la gente se alegre de estar viva y de estar ahí, más consciente del amor y fortalecida por el eros, cuando disipa su tristeza y la libra de la furia, es una risa sagrada. Cuando la gente se siente más grande y mejor, más generosa y sensible, la risa es sagrada.
En el arquetipo de la Mujer Salvaje hay mucho espacio para la naturaleza de las diosas obscenas. En la naturaleza salvaje, lo sagrado y lo irreverente, lo sagrado y lo sexual, no están separados entre sí sino que viven Juntos Y yo me los imagino como un grupo de mujeres muy viejas que esperan al final del camino a que nosotras pasemos por allí. Están allí en la psique esperando a que pasemos, contándose mutuamente sus cuentos y riéndose como locas.
capítulo XI: El Calor; La recuperación de la Sexualidad Sagrada.